El aburrimiento es, sin duda, una situación que se torna cotidiana en cuarentena. La falta de estímulos externos puede llevarnos a perder con facilidad los objetivos; el por qué hacemos lo que hacemos. Lo que hace que el trabajo y las tareas cotidianas se vuelvan más difíciles. La rutina cansadora de levantarnos como si fuéramos a salir, arreglarnos, tomar desayuno, sentarnos frente al computador, tener reuniones on-line donde la conexión se pierde, y al estar con los micrófonos apagados interactuamos menos, no escuchamos comentarios o simplemente risas, todo eso nos aburre. Luego, con la mente cansada, debemos seguir trabajando, ocuparnos del almuerzo, enseñar a nuestros hijos materias que habíamos olvidado, lavar la loza y ropa, hacer un poco de aseo, dirimir entre las peleas de los niños, ocuparnos de la compra on-line para salir lo menos posible, y por supuesto, tratar de no perder el contacto con nuestros seres queridos que no están en el mismo recinto que nosotros. Al final del día, tratar de salir del lugar de la casa donde tenemos la oficina, si es que claro, logramos en algún momento realmente avanzar en las metas que teníamos. Todo esto, mientras el panorama noticioso se vuelve tan desalentador como confuso. Una rutina compleja y en cierto grado estresante. ¿Se siente identificada o identificado?

Llevamos casi dos meses viviendo de esta forma, es lógico que nuestro cerebro ya esté cansado y sobre todo, aburrido, especialmente sin el aliciente de ver una pronta mejoría de este virus.  ¿Qué hacer? ¿Cómo salir de esta modorra? ¿Cómo transformar el aburrimiento en creatividad?

Los tipos de aburrimiento

Psychology Today, define el concepto aburrimiento, proveniente del término francés ennui, como una percepción existencial de la inutilidad de la vida. Ennui es una consecuencia de aspiraciones incumplidas”. Dichas aspiraciones, en cuarentena, podrían ser juntarse con los amigos, celebrar un cumpleaños o el día de la madre, ver a nuestros colegas, avanzar en nuestros proyectos o tener un tiempo para nosotros mismos. Igualmente, define ocho tipos de aburrimiento, y a continuación destacamos algunos de los más asimilables a nuestro contexto actual:

  1. Monotonía: Cualquier experiencia que sea predecible y repetitiva se vuelve aburrida. En general, demasiado de lo mismo y muy poca estimulación pueden causar en su víctima una ausencia de deseo y un sentimiento de atrapamiento.
  2. Conciencia emocional: Las personas que carecen de autoconciencia son más propensas al aburrimiento. La incapacidad de saber qué lo hará feliz puede conducir a un aburrimiento existencial más profundo. No saber lo que estamos buscando significa que no tenemos la capacidad de elegir los objetivos apropiados para comprometernos con el mundo (Eastwood, 2012).
  3. Falta de autonomía: Las personas sienten mucho aburrimiento cuando se sienten atrapadas. Y sentirse atrapado es una gran parte del aburrimiento. Es decir, están atascados o restringidos para que no se pueda ejecutar su voluntad.
  4. El papel de la cultura: En muchos sentidos, el aburrimiento es un lujo moderno (Spacks, 1996). El aburrimiento era literalmente inexistente hasta finales del siglo XVIII. Surgió cuando la Ilustración estaba dando paso a la Revolución Industrial. Al principio de la historia humana, cuando nuestros antepasados ​​tuvieron que pasar la mayor parte de sus días asegurando comida y refugio, el aburrimiento no era una opción. El aburrimiento también tiene sus beneficios. Es importante ver el aburrimiento como un «llamado a la acción» (Svendsen, 1999). El aburrimiento puede ser un catalizador para la acción. Puede proporcionar una oportunidad para pensar y reflexionar. También puede ser una señal de que una tarea es una pérdida de tiempo y, por lo tanto, no vale la pena continuar.

 

En resumen, la monotonía de los días en aislamiento, la falta de objetivos y metas, la restricción de nuestro libre accionar y la cultura en la que vivimos hacen de nuestros días de pandemia, días de hecho aburridos.

El rol de la creatividad

Quizás los que más están aburridos en casa son los niños, quienes no siempre tienen los recursos para proporcionarse actividades para hacer. Ellos no sólo se han visto enfrentados a dejar de ver a sus amigos y a realizar una gran cantidad de guías y ejercicios de forma autónoma, lo que puede ser muy estresante; sino que además perciben la actitud de los adultos frente a la contingencia, pues hoy más que nunca, los padres son sus verdaderos maestros. Amanda Céspedes, Neuropsiquiatra infanto-juvenil, responde a una interesante pregunta realizada en la Revista de Edudación del MINEDUC, “¿Cómo pueden los profesores de niños pequeños aprovechar todo su potencial y que, al mismo tiempo, sean felices?” Su respuesta, lejos de referirse a hechos neuronales complejos, es simple:

“Hay que dedicar tiempo a la música, el arte, los juegos, el movimiento y la creatividad. Una de las grandes perdedoras hoy día es la imaginación. Los niños actuales son expertos en el “touch”, pero son muy precarios en el imaginar. Cuando les he pedido a algunos chicos que inventen un animal, dicen que no se les ocurre y quieren buscarlo en google. Yo les insisto: ‘intentémoslo, te voy a ayudar a imaginar’. Pero les cuesta enormemente, porque no están acostumbrados a producir.”

También aclara que se puede usar la tecnología digital, pero poniéndola al servicio de la imaginación, de la creatividad, y del desarrollo lingüístico y matemático, lo que es muy distinto a pasarles una Tablet para que “no molesten un ratito”. Si quieres leer la entrevista completa, pincha aquí, puede ser muy útil para los padres especialmente ahora en cuarentena, ya que, entre otras cosas, explica que el 80% de la mielina (que posibilita las conexiones neuronales y por tanto la “inteligencia”) se forma antes de los cinco años de edad y el otro 20% de los siete a los 25 años. ¿De qué forma?, Céspedes aclara: “de los cinco a los 10, dándole centralidad a los juegos, al baile, a la música, al canto, a la ejecución musical. Todos los niños debieran ejecutar un instrumento musical desde pequeños. Y luego, a partir de los 11 o 12 años sus fuentes de producción de mielina son a través del baile, la música y otros estímulos intelectuales como la lectura.” Es decir, este tiempo que pasamos junto a nuestros hijos puede ser tremendamente beneficioso a futuro si lo ocupamos correctamente para estimular su creatividad.

Sin embargo, también la salud mental de los padres es clave. La neuropsicóloga afirma, “si tenemos adultos distímicos (depresivos), rabiosos, frustrados, insatisfechos, indudablemente eso va a incidir en forma directa en la posibilidad de educación de un niño”. Por tanto, estimular nuestra propia creatividad en este caso también es importante.

El sitio australiano Change it dice, “la mayoría de nosotros descartamos que el aburrimiento no sea importante, pero el aburrimiento tiene un mensaje crítico para nosotros, que dice que estamos percibiendo la situación actual como carente de significado. Muchos psicólogos argumentarían que abordar el aburrimiento es una habilidad que podemos aprender.”

El Dr. Alex Lickerman, autor de la revista Psychology Today, sugiere hacerse tres preguntas:

  1. ¿Cómo pueden ayudarme mis circunstancias actuales a desarrollarme?

 

  1. ¿Cómo pueden ayudarme mis circunstancias actuales a contribuir a la felicidad de otra persona?

 

  1. ¿Cómo vería la persona más sabia de la tierra mis circunstancias actuales y qué haría?

En este sentido, buscamos inspirarte a leer un buen libro, idealmente un libro significativo, poner música clásica mientras trabajas (o tu música favorita), a bailar con tu familia, a disfrutar mientas cocinas, a iniciar actividades artísticas que te relajen y te guste hacer (como bordar, pintar, modelar con greda o simplemente cantar karaoke), y en fin, a buscar el significado y propósito de nuestras actividades cotidianas.

Para eso, finalizamos este artículo citando a una de las mayores mentes creativas de la historia, Wolfgang Amadeus Mozart:

“Cuando soy […] completamente yo mismo, [cuando estoy] completamente solo […] o durante la noche cuando no puedo dormir, es en tales ocasiones que mis ideas fluyen mejor y más abundantemente. De dónde y cómo vienen estas [ideas], no sé ni puedo forzarlas […] Tampoco escucho en mi imaginación sus partes sucesivamente, pero las escucho al mismo tiempo por completo”

 

Por tanto, no es el qué hacemos o dónde lo hacemos, es el para qué lo hacemos, y ese propósito final nos acompaña en nuestro interior donde quiera que estemos.