Por generaciones, artistas y creadores se han retirado en “residencias de arte” para conectarse con su interior, con la naturaleza, alejarse del ruido, calmar su ritmo de vida, sacar su mente de lo cotidiano y regenerar sus procesos creativos. Acallan su propia voz para entender qué dice esa voz más profunda, más creativa. En estos espacios, prueban nuevas técnicas, soportes y temáticas. Quizás tendrán la suerte de estar con uno o dos artistas más, con quienes hablan sólo en momentos específicos del día, durante las comidas usualmente, reforzando sus procesos creativos, acompañándose en un tiempo de transformación. En el silencio, cuando estamos solos, la creatividad de nuestro interior parece surgir como una fuerza poderosa que reconvierte las lecciones del pasado y las transforma en un mejor porvenir.
Esta predilección del ser humano por aislarse en momentos de transformación voluntaria no es nueva, muy por el contrario, grandes hombres a lo largo de la historia lo han hecho, obteniendo grandes resultados. Esta tendencia milenaria se llama ascetismo, y proviene del griego ‘el que se ejercita’ o ‘atleta’, y ha sido importante para griegos, budistas y cristianos, estos últimos particularmente en la Edad Media. Los procesos y las razones que llevaron al ascetismo a cada cultura son diferentes, y abarcan desde la milicia hasta la búsqueda de lo divino, pero se caracterizaban sin excepción por la soledad y la negación de las necesidades propias. San Francisco de Asís fue uno de los ascetas más eminentes de la historia, quien se alejó de una sociedad cambiante (entre la Edad Media y el Renacimiento), para renovar una doctrina religiosa endurecida por el paso de los siglos, teniendo la delicadeza de no arrasar con ella, sino de dar la opción a los hombres de la época de experimentar un cambio. La siguiente cita es extraída de un texto franciscano:
“Orar, mantenerse abierto en postura receptiva ante las emisiones de lo alto, parece constituir el fin de las aspiraciones franciscanas, según se desprende de repetidos textos tanto escritos por el mismo santo como transmitidos por las más antiguas narraciones y biografías: Lo importante no es «hacer», sino «ser»; no «producir», sino «vivir»”
Francisco Andrés de la Cruz
En este sentido, hoy gran parte de la sociedad chilena y mundial se encuentra retirada, no por voluntad propia, pero si enfrentada a un desafío colectivo que puede incluso llegar a atemorizarnos, y con toda razón, pues amenaza nuestra vida. Isabel Behnke, reconocida primatóloga chilena, habló recientemente acerca de nuestro miedo atávico al virus, de nuestra dificultad para aislarnos y de la lección de humildad que este virus significa (tal como otros expertos han señalado). En su entrevista en el diario La Tercera, Behnke afirma:
“La percepción de la muerte reorganiza las prioridades. Además, el virus también nos ha mostrado otra cosa: que nos gusta vivir, que obviamente vale la pena vivir, al margen de todo lo que nos duele y todo lo que rabiamos. Y esto va a ser difícil, pero veremos que somos resilientes y capaces de cooperar en muchas escalas distintas.”
Y ese es exactamente el punto donde el arte puede contribuir a nuestro actual ascetismo obligado. Usted verá en redes sociales un sinfín de ‘listas de tareas’ que debemos cumplir para ser una ‘buena persona en cuarentena’: hacer el aseo de todos y cada uno de los lugares de nuestra casa (más de una vez si es posible), leer, ser profesores de los hijos, hacer deporte, ver películas, hacer cursos on-line, cocinar (y no cualquier cosa, sino que esa receta que siempre quiso hacer y que es muy difícil), sonreír, llamar a todos sus amigos y familiares, obviamente rendir en el trabajo, y en conclusión, ser mejores que antes, porque (no se estrese), si no somos mejores que antes el planeta podría colapsar y nosotros también. Es cierto: esta cuarentena es el momento en que como humanidad podemos descansar y dejar a la naturaleza sanarse, pero sin olvidar que no podemos volver a vivir como antes. Porque si somos parte de la naturaleza, ¿no necesitaremos sanar junto a ella?
En este momento único de aislamiento, de soledad, de silencio, de quietud externa, respire (sí, lentamente), busque esa voz creativa que los artistas ansían fervientemente oír. Óigala. Recuerde, tal como lo hemos dicho muchas veces, que el arte es un lenguaje espiritual. Reconéctese con su espíritu, siga el consejo de ese santo que tanto le enseña aún a nuestro siglo. Busque el cambio que desea primero dentro suyo. Es una recomendación, pero piénselo dos veces antes de llenarse de tareas externas, domésticas (elíjalas cuidadosamente), que lo dejan agotado y que no aportan a largo plazo, porque es cierto, nuestro mundo necesita un cambio, pero ese cambio parte por la decisión que cada uno de nosotros toma hoy, en su soledad, en su libre creatividad, en su lugar más interno, aquel que está tan profundo que quizás nos tome una cuarentena entera llegar. Recuerde, este tiempo va a acabar; ansíe, por lo tanto, adquirir lecciones eternas que le permitan vivir un mejor porvenir, primero a usted y luego a la humanidad entera.
Fuentes: