“Para los árboles que viven en la nieve, el invierno es un viaje. Las plantas no viajan por el espacio como nosotros; por regla general, no se desplazan de un sitio a otro. Pero sí que viajan en el tiempo, soportando un suceso tras otro, y, en este sentido, el invierno es un trayecto especialmente largo. Los árboles siguen el consejo habitual para cualquier viaje prolongado a través de un entorno rústico: preparar bien el equipaje”. (p. 228)
Leemos esta cita en el siguiente panorama: el rescate de la Aerolínea Virgin (Australia) fracasa y busca inversionistas interesados en sostener su situación, mientras, United (USA) reporta pérdidas por US$2.100 millones, ANA Holdings (la aerolínea más grande de Japón), espera una pérdida neta de US$550 millones. Mientras, en Chile, LATAM cancela el 95% de sus operaciones y la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA), quienes reúnen a 300 aerolíneas de todo el mundo, reveló esta semana que las aerolíneas mundiales podrían perder US$ 314,000 millones en ingresos este año en el transporte de pasajeros, lo que supondría una baja del 55% con respecto a las cifras de 2019. Esto, exactamente en la época histórica en que viajar era un hecho normal, nos llenábamos de low cost y llegar a destinos como Europa era cada vez más asequible. Hoy todo eso quedó en el pasado. No hay más vuelos. No hay más viajes para el hombre.
Como especie humana, el desplazarnos es parte de nuestra forma de vida, incluso de nuestro modo ancestral de supervivencia. Éramos nómadas para encontrar comida, refugio, mejores lugares para pasar el invierno o animales para cazar. Cruzamos océanos en canoas y nos asentamos en nuevos continentes, cruzamos el estrecho de Bering, realizamos éxodos para mantenernos vivos. Hoy, para sobrevivir debemos quedarnos quietos, como árboles, enraizados al único punto que parece ofrecernos refugio: nuestros hogares. En este aislamiento físico, hemos aprendido a observar, a reflexionar sobre las decisiones que nos hicieron llegar hasta este punto, como numerosas columnas en medios internacionales y nacionales, e incluso diversas redes sociales, lo demuestran. En este tiempo, hemos temido al futuro, nos hemos esperanzado en el mañana, hemos visto brutales muestras de frialdad y también innegables demostraciones de amor, piedad y solidaridad. Un día nos hemos encontrado rodeados de un paisaje interior gris y lluvioso, ese mismo día por la tarde, sale el sol y nuestros campos internos bailan con la luz y el viento. Si esto no es un viaje épico, entonces no sé qué tenga que pasar para que vivamos uno.
“El invierno es un viaje”, dice la geobióloga Hope Jahren y tiene razón. Es sólo que constituye un desplazamiento distinto a los que conocíamos. Para nosotros, que estamos acostumbrados a viajar más en el espacio que en el tiempo, comprender la odisea de un árbol requiere más que un entendimiento botánico, una experiencia vivencial. Si tiene la suerte de tener un patio o un balcón con árboles, le pregunto: ¿están los árboles exactamente iguales que hace un mes? ¿o mantienen el color verano? ¿las flores de enero, siguen adornando abril? No, porque los árboles viajan mientras nosotros, hoy estáticos, los observamos.
Entonces, si un árbol viaja al lado suyo, usted por defecto también debería viajar, ¿no?, pues en este instante estamos compartiendo el mismo espacio, el mismo tiempo y la misma característica de quietud. No necesitamos un avión para viajar, podemos viajar estando en casa.
Por otro lado, tal como Ulises vivió una odisea cruzando el mundo, enfrentando a todo tipo de criaturas y peligros, nosotros enfrentamos hoy igualmente una batalla. Sólo que esta vez la lucha se libra en nuestro interior: el miedo al futuro, la decepción por nuestra especie, la profunda nostalgia del pasado y los cambios de escenarios interiores que nos llevan a encarar distintos enemigos. Todo eso lo vivimos, y quizás en un mismo día.
Claro que sí, nadie dijo que el viaje que realizan los árboles en invierno era un viaje de placer. Un viaje épico, como ya debe saber, tampoco lo es: “la épica culmina en que el viaje del héroe lo lleva a un autodescubrimiento y a una maduración emocional, física y espiritual.” Es decir, “el confrontar la realidad de la muerte, y por tanto, el comprender que el heroísmo es una cualidad espiritual y psicológica, no sólo física, esto a menudo implica un viaje debajo de la tierra, al inframundo, donde reside la muerte misma.” Descubriendo de la misma forma que “el amor es más valioso que las riquezas materiales o que la vida misma”.
La literatura, desde la épica griega hasta la botánica moderna, nos demuestra la radicalidad de nuestra encrucijada y nos anima a librar la batalla bien preparados. ¿Sabe cómo sobreviven los árboles en invierno? Para que sus células, que son básicamente “cajas de agua”, no se congelen a temperaturas bajo cero, cambian su conformación química permitiendo que el agua de sus células se libere y quede el azúcar, que no se congela. Es decir, dejan ir lo que ya no les sirve, y priorizan aquello que los mantiene vivos: cambian su interior. Y esto es lo mismo que hacen nuestros héroes épicos, pues sus conflictos son más bien morales y éticos. La lección es profunda, decisiva y altamente similar a la batalla que representa una pandemia.
Esta vez, quisiera dejar la reflexión abierta, para que cada uno pueda completarla en su interior ¿qué tan preparado está usted para este frío viaje, que no sabemos cuando terminará? ¿Qué lecciones debemos aprender? ¿Está dispuesto a cambiar para aprender la lección?
Fuentes: JAHREN, H. (2017). La memoria secreta de las hojas. Barcelona: PAIDÓS.