Somos viejos y nuevos, somos palimpsestos

“Codex Ephraemi Rescriptus” de la Biblioteca Nacional francesa.
Un palimpsesto es un manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente (RAE). Un palimpsesto, originalmente, era una simple hoja de papel conformada por juncos, sin embargo, si pensamos en los distintos medios sobre los que escribimos información para borrarla, sin eliminar completamente su contenido anterior superponiendo uno nuevo, y que esos contenidos al acoplarse dan origen a un nuevo e imprevisto resultado, comprendemos que en realidad somos palimpsestos vivientes.

“Abrir el Cubo, encontrar el Palimpsesto” (Margarita Garcés)
Somos palimpsestos de nuestra crianza, de nuestras vivencias, de lo que leemos, de lo que comemos, de lo que vimos en la televisión en nuestra niñez; somos palimpsestos de las relaciones que hemos tenido, de las personas a las que hemos conocido y amado, de los lugares que han alcanzado nuestra alma. Somos palimpsestos de nuestras células viejas y de nuestros tejidos nuevos, de nuestras cicatrices y de nuestra piel renovada; somos palimpsestos de nuestros dolores, de nuestras alegrías, de nuestros recuerdos conscientes y borrados; todos los días somos tan viejos como lo antiguo que acumulamos y tan nuevos como lo nuevo que dejamos entrar. Somos libres de abrir y cerrar, sin embargo, también somos esclavos de las cerraduras que nos imponemos.
Y no solo lo somos en sentido individual, por el contrario, la sociedad en su conjunto es la superposición de nuestras individualidades, y con ella del conjunto de perspectivas que eso implica. Tal como explica Margarita Garcés en su muestra “Palimpsesto” para Roberto Matta, “esta multiplicidad de miradas no se traduce en un único meta-relato, sino en multitud de pequeños relatos separados y unidos por sensibilidades diversas” (Ortiz de Rozas, 2021). Y continúa “él, mediante su Teoría de los Grandes Transparentes y su Cubo Abierto invitaba a los espectadores a no contentarse con simplemente mirar una obra, sino a aventurarse a iniciar un viaje con ella hacia las zonas remotas de la conciencia que rara vez visitamos”. Margarita toma esta concepción y la extrapola a la sociedad observando que somos seres cada vez más aislados, tras esa comunicación fallida, que la artista plasma en los elementos que adhiere a sus obras: tramas y mallas que ocultan su virtuosismo pictórico, que impiden la anhelada transparencia, que entorpecen la apertura del Cubo. Mas, éste es translúcido; bastaría con querer acercarse para ver y entender (al otro). (Ortiz de Rozas, 2021). Y concluye, “Esta sociedad de soliloquios individuales no engendra acuerdos ni consensos y sin ellos no hay forma de vida comunitaria posible”. Sin embargo, tal como Matta, invita al espectador a desplegar las caras de su cubo para develar cuántas dimensiones sicológicas paralelas de esa misma realidad surgen cuando el cubo deja de estar cerrado y se abre.
La visión de la artista se hace extremadamente atingente cuando pensamos que nuestro principal medio de comunicación en tiempos del COVID-19 ha sido un cuadrado plano que nos divide en cuadrados ordenados en una superficie fría e inerte. Qué visión más gráfica del individualismo que nos compartimenta. El teólogo Néstor J. Soto afirma que “la solución está en el centro de los problemas”. Si en el centro del individualismo está el individuo, para encontrar la cura al individualismo deberemos ir al centro del individuo, es decir, a su espíritu. Pero ¿cómo podremos dialogar con el espíritu? La respuesta es simple: a través del arte, pues como afirma el teólogo, este es “un lenguaje capaz de comunicar algo más allá de la admiración por lo creativo y lo auténtico de cada artista; este debe ser un esfuerzo por unirnos e ir tras aquello que el mundo requiere en tiempos en que la medianoche nos ha alcanzado en muchos aspectos de la vida, para encontrar el sentido profundo y la esencia del ser humano, su espiritualidad, su búsqueda por lo supremo, y la plenitud de lo interior”. (Carta del Fundador, 2018).
