Henry Rousseau, “El Sueño”, uno de los principales exponentes del arte Naif

No es desconocido el hecho de que nuestra cultura occidental tiene una tendencia a valorar el aprendizaje de las ciencias o de la matemática por sobre el arte, las letras o cualquiera de las así llamadas habilidades blandas. Posiblemente esto se deba a la valoración que damos como sociedad al aporte que unas u otras habilidades puedan otorgar a la construcción de un mundo más beneficioso para todos; un claro ejemplo de este tipo de valoración es la asignación de horas curriculares que damos al arte en la educación de nuestros hijos. En este contexto, recalcar la importancia de la cooperación entre habilidades blandas y duras es clave, pues ambos ámbitos se equilibran entre ellos, tal como los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro componen una unidad sublime y vital. Si no me cree, lo desafío a pensar utilizando la mitad del cerebro.

En este sentido, muchas veces se tilda de inocente, subjetivo o relativo al valor del arte. Sin embargo, ¿es la inocencia un defecto? Y si no lo es, podemos preguntarnos ¿Cuál es el valor de la inocencia?

Naif significa precisamente “inocente”, y adelantaremos que pese a su estética infantil puede albergar descripciones precisas sobre la realidad. En un comienzo, se tildó a esta corriente de “aficionada” o de “pintores de domingo”, pues sus exponentes no tenían la formación académica tradicional, sino que eran autodidactas, sin embargo, esta característica los hizo a la vez menos convencionales y esto los llevó a desarrollar un estilo sincero y directo. La obra naif, en sus orígenes, representaba un mundo interno sereno, y es por esto que también se dedicó a retratar cada detalle de la realidad (cada hoja de un árbol, cada detalle de un pavimento) a la vez que desechaba hacerlo de forma mimética, por lo que podía deformar o carecer de perspectiva, o incluso utilizar colores fantasiosos.

“El arte naïf está, por lo general, al margen de la historia de los estilos, escuelas o vanguardias, sin embargo, sus autores, aunque no hayan recibido formación académica alguna, no viven fuera del mundo y son sensibles a sus orígenes, a las artes y tradiciones populares”. Este hecho es precisamente su gran valor: su veracidad. Tal como un niño de edad inocente, el arte naif representa la verdad sobre su época, desde la perspectiva de su autor.

Dibujo de “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry

Es aquí donde el arte se vuelve un beneficio potencial para distintos campos, como lo ha hecho ya en la psicología infantil. La literatura ha demostrado que el valor de los dibujos hechos por niños reside en su contenido simbólico, pese a que ellos frecuentemente se ven enfrentados a tener que lidiar con las expectativas de los adultos, quienes los animan a dibujar de forma mimética. “Qué lindo florero, parece real, imitaste muy bien los colores”; conocida es también la historia de “El Principito”, quién al mostrar su dibujo a los adultos se frustró tremendamente, pues en lugar del elefante dentro de una boa, sólo vieron un simple sombrero. Afirmaciones como esas logran que los infantes guarden su mundo interior y lo mantengan oculto. Una vez más: potenciamos habilidades duras, incluso en el ámbito del arte. En otras palabras, estimulamos el endurecimiento de nuestras habilidades.

No obstante, el gran aporte de las imágenes hechas por los niños para la psicología reside esencialmente en el modo en que ellos interpretan sus imágenes, más allá de como las dibujen. “Centrarse en los dibujos infantiles como ‘creadores de significado’ pone a un lado el discurso del dibujo como mero método de representación y, en su lugar, pone interés en las intenciones del niño, considera el proceso creativo y reconoce que el que los niños dibujen es un acto con propósito: de esta manera el dibujo se transforma en el proceso de pensar en acción, en vez de desarrollar la habilidad de hacer una referencia visual a los objetos del entorno” (Cox, 2005, p. 123).

Clases de arte terapia en Fundación ArtLabbé

De este modo vemos como la inocencia del arte aporta a la construcción conjunta de nuestra realidad, pues nos ayuda a entender a quienes se expresan distinto, como los niños o personas con capacidades diferentes, o quizás incluso nosotros mismos. El arte logra bucear y retratar aquellos lugares internos a los que no podemos llegar de forma racional o consciente, y así, tal como en una terapia, sanar y crecer de forma personal y colectiva.