El sistema económico en el cual se desenvuelven las empresas y las personas se caracteriza por funcionar gracias al propio interés de quienes participan en él. Así, el beneficio que una empresa genera para la sociedad es a cambio de una retribución económica. El panadero prepara el pan que comemos en nuestras casas sólo porque tendrá un beneficio monetario a cambio y no porque piense en lo mucho que disfrutaremos el desayuno con pan fresco.

Siendo esto así, es que por años las empresas se dedicaron sólo a incrementar sus ganancias mediante el aumento de los ingresos, muchas veces de manera irregular o disminuyendo sus costos, en ocasiones reduciendo los estándares de cuidado medioambiental o afectando derechos laborales. Muchas veces con actitudes empresariales directamente reñidas con la legalidad o con criterios de dudosa calidad ética.

Frente al efecto adverso que significó este comportamiento empresarial, traducido en un impacto medioambiental negativo, desigualdad de ingresos y frustración de los consumidores, nace el concepto de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) en los años 50, el cual buscaba que las empresas y los empresarios pudieran contribuir a una sociedad y mundo mejor al avanzar en favor del equilibrio entre el crecimiento económico, el bienestar social y el aprovechamiento de los recursos naturales y el cuidado del medio ambiente.

Hoy en día, es imposible pensar en desarrollar una actividad empresarial sin considerar el entorno social y medioambiental en el que está inserta. Las empresas deben tomar en cuenta las consecuencias de su accionar en el entorno en que se desenvuelven, tanto dentro como fuera de su negocio. Hoy, el desarrollo de la actividad económica se ve obligado para con el bien general de la comunidad, y esto implica mucho más que sólo cumplir las leyes. Es necesario que además de buscar el propio interés, que se vea graficado en una mayor utilidad, se ocupe de someterse a los “límites que imponen los legítimos intereses de los demás y la solidaridad humana”. De esta forma, la empresa no puede desconocer la influencia que tiene sobre las necesidades de la sociedad en la que impacta con su actividad corporativa; sino más bien debe ser partícipe en “contribuir con la estabilidad, con la fortaleza y la armonía de la sociedad, por lo que es necesario identificar cuáles son los objetivos y los valores de la comunidad para alinearse con ellos y generar valor tanto social como medioambiental” (Ospina et al., 2008).

En síntesis, implementar prácticas de RSE implica determinar el nivel del impacto que la empresa y el empresario desea tener sobre su entorno, considerando cuanto está dispuesto a sacrificar de su propio interés particular para dar paso al general. Cabe preguntarse entonces, ¿Es el mero cumplimiento de las leyes suficiente? ¿O será necesario, quizás, ir más allá en el aporte que se haga, considerando la realidad de las necesidades sociales que las naciones enfrentan? Cada uno debe responderse esa pregunta, pero sería bueno considerar lo que Adam Smith, el padre de la economía moderna, escribió hace 200 años, “El individuo sabio y virtuoso está siempre dispuesto a que su propio interés particular sea sacrificado al interés general de su estamento o grupo.”

Juan José Baeza
Ingeniero Comercial
Docente Universitario